Da igual que te quedes a vivir o que solo vayas pa fiestas. 

Piensas que tienes un pueblo, pero en realidad es el pueblo el que te tiene a ti. Es allí donde perteneces y vayas donde vayas lo llevas impreso en tu código genético.  Decía Luppi en Martín (Hache) que no se añora un país sino un barrio,  tu gente. Con el pueblo pasa lo mismo, añoras lo que es parte de tu historia vital, tus recuerdos, lo que has vivido, la calle en la que te rompiste los dientes, aquella romería en la que nos reímos tanto, lo bien que nos lo pasaremos el verano que viene.

Nos definen los otros. Y nos definimos en relación a los otros.

Y por esa regla de tres sabes que eres de Albalate si te picas cuando te dicen que eres de Alcolea. Nunca nadie de Albalate se ha  librado de ese momento incómodo al hablar con cualquier habitante de más allá de Monzón. No se libran ni los de Alcolea, pero a ellos les pasa justo al revés. Y arrugan la nariz mientras  lo niegan  y ponen la misma cara de aspros que nosotros, que en eso nos parecemos bastante. 

Ah… tú eres de Alcolea ¿verdad?

No… ¡de Albalate!

Ah, siempre me confundo. Pues yo de Albalate conozco mucho a noséquién nosécuántos.

No caigo… ¿seguro que es de Albalate?

Bueno, no sé, igual es de Alcolea…

Siempre así.

En realidad nos quejamos por quejar, porque no tenemos mal vecindario, pero sabido es que todos los pueblos cercanos entran en cierto conflicto. Y mucho mejor si hay fronteras naturales de por medio: el puente siempre puede venir bien para discusiones de bar. Ya contaba Ramón J. Sender  lo de las batallas de piedretas de orilla a orilla del río. 

En su extraordinaria memoria selectiva también retuvo Sender las peleas de chicos y mozos, sobre todo las libradas por los de Alcolea contra los de Albalate -localidades separadas por el Cinca- desde sus respectivas orillas.

Pero no sé qué hago hablando de Alcolea si yo he venido aquí a hablar de Albalate. 

Podría decir que es un pueblo muy bonito, como el tema del libre albedrío, que también, pero la verdad es que todos estos pueblos de interior son un poco parecidos: aquí una iglesia, aquí una calle Mayor, aquí las piscinas, aquí un palacio del duque Solferino. 

Una vez me dijo un tipo que mi pueblo era  majísimo así, todo tan verde. Y yo no sabía si lo decía en serio, pero  por lo visto sí. También es verdad que asturiano no era aquel zagal, resultó ser de los Monegros. Lo dicho, nos definen los otros. 

Siempre he pensado que estas tierras nuestras mejorarían mucho si tuviéramos mar y un malecón al que salir a pasear. Por las tardes nos acercaríamos al puerto para chafardear los barcos y  hasta escribiríamos poesía después de merendar, justo al ponerse el sol.

Pero bueno, hay que aguantarse. Peor hubiera sido que Alcolea  tuviese mar y nosotros no. Eso hubiese sido muy gordo. 

De todas formas no hay mal que por bien no venga porque ahora estaríamos sufriendo pensando que se nos iba a llenar la costa de gentes de secano al  empezar  la fase 3.

 Y mira,  no, tendremos otros problemas, pero ese no lo vamos a tener.