Contaba mi adorada abuela que siendo niña y durante una de las muchas epidemias de nosesabequé que asolaban por entonces los pueblos entró en casa alguien del de al lado diciendo: No salgáis que hay una epidemia muchiiiiiismo mala. Menos mal que ha dado por las personas que si da por los animales, … ¡¡ nos arruina !!

Sabiduría popular…La sabiduría de la subsistencia. 

Una persona suponía una boca a alimentar pero un animal…Un animal constituía la mayor riqueza y mantenerlo era absolutamente prioritario incluso por encima de vidas humanas. Así de simple.

El valor de la vida humana no ha sido el mismo en todos los lugares, épocas o culturas. 

En el pasado las religiones se encargaron de elevar la dignidad humana a concepto religioso para evitar monstruosidades. Hay que agradecerles mucho a pesar de las atrocidades que se han hecho en el nombre de Dios a quien, por cierto, hemos matado. Sin embargo, en esta laica sociedad hemos mantenido el dogma: la vida humana por encima de todo al servicio de la nueva religión: el capitalismo.

Según Erich Fromm, en El miedo a la libertad, dentro del sistema medieval el capital era siervo del hombre y las actividades económicas constituían un medio para un fin: la salvación espiritual del hombre, la vida misma.

La irrupción del protestantismo libertó espiritualmente al hombre como respuesta al colapso del sistema social medieval y el nacimiento del moderno sistema industrial evolucionó hacia el capitalismo donde la economía y el capital se han convertido en un fin en sí mismo a través del dominio de la naturaleza transformando el mundo.

Lo que Fromm no supo anticipar es el momento en que nos encontramos. En la actualidad y en una etapa más desarrollada el capitalismo combina la sacralización de la vida humana como máxima expresión de su dignidad manteniendo el dogma medieval junto con la sumisión de la naturaleza y sus leyes al interés del ser humano, introducidos por la era industrial y su ruptura del sistema medieval arcaico, denostando la fe como concepto irracional y acientífico.

Ello genera unas servidumbres de las que nos es difícil substraernos. La pregunta ¿quién no quiere vivir más si la medicina y la ciencia lo posibilitan?, reta a la libertad individual a apartarse del sentido común colectivo actual que nos empuja hacia una respuesta unívoca.

Así, se ha montado un sistema socioeconómico cuyo fin es prolongar la juventud, mitigar el paso del tiempo, mejorar nuestra condición física para prolongar nuestra vida…

Pero…el capitalismo también genera las bolsas de pobreza, la miseria, la mercantilización de la vida humana y su desprecio más absoluto. Es la otra cara de la moneda.

Desde una perspectiva heraclitiana podríamos decir que para lo blanco es necesario lo negro, para el frío, el calor. Así, nos hacen creer que la dignidad humana reside en la ausencia de enfermedad, prolongar nuestra existencia y mejorar nuestra propia vida frente a la de los que no tienen tanta ¿»suerte»?. 

¿Mejorar nuestra calidad y cantidad de vida es el contenido sustancial de la dignidad humana? ¿en qué consiste la dignidad del ser humano?

Recomiendo una entrevista de Michael Robinson, gran periodista deportivo recientemente fallecido, a Nando Parrado, superviviente de la tragedia de los Andes de 1973 titulada Yo le escupí a la muerte a la cara. Muy recomendable para entender que el valor de la vida también es relativo.

No voy a defender aquí las virtudes del tabaco, de las substancias nocivas, del exceso de alimentación y de la vida sedentaria pero … ¿qué ocurre si asumiendo su edad una persona decide no teñirse el pelo, comer sus caprichos, beber para disfrutar o fumar por el placer que le genera?, o -lo que es peor- ¿qué si decide hacerlo todo a la vez? Se convierte en un egoísta que no piensa en sus allegados, en las personas a quienes les importa, en el sistema sanitario que tendrá que atenderlo por ser incapaz de controlar sus impulsos, en los menores para quienes ha de ser un ejemplo, en definitiva…no piensa. Así es como nuestra sociedad la cataloga: un ser no pensante.

Estas y otras preguntas plantean la gran cuestión: el ejercicio de la libertad, el debate sobre el derecho de uno mismo sobre sí mismo, sobre su propia existencia y la manera en que quiere llevarla adelante (o no). Quizá por ese camino podamos llegar a establecer cuál sea la esencia de la dignidad humana sin olvidar nunca nuestra capacidad de cambio, tan despreciada.

Cuestiones de calado y preguntas sin respuesta. Acaso no pueda haber una sola respuesta cuando el ejercicio de nuestra propia libertad nos plantea tal abanico de posibilidades. 

Para Erich Fromm la estructura de la sociedad moderna afecta al hombre de dos maneras: por un lado, lo hace más independiente y más crítico, otorgándole una mayor confianza en sí mismo y por otro, más solo, aislado y atemorizado; se enfrenta a su propio yo. 

Es posible que si comprendiéramos la vida desde una perspectiva más arraigada a la Naturaleza, a nuestra condición de seres vivos integrados en un sistema, no aislados, entenderíamos mejor el sentido de nuestra vida, en qué consiste nuestra dignidad como seres humanos y no nos rebelaríamos contra fenómenos como el paso del tiempo, la enfermedad y la muerte sino que enfrentaríamos la vida con dignidad ejerciendo nuestra libertad.

Recobremos la Fe en la Naturaleza. Solo somos una especie más.