No me gusta escribir. Prefiero los números a las letras porque siempre me han parecido más amigables y democráticos. Ninguno pretende tener más importancia que el otro. Ni siquiera en una potencia, el exponente es menos por su tamaño ya que este aspecto se refiere a su función y no a su importancia.

Las letras sin embargo son complicadas de encajar para formar algoritmos coherentes que se conviertan en algo descriptivo y lógico. De hecho, la misma combinación de letras, dependiendo del contexto, del escritor y del lector, pueden conducir a conclusiones diferentes y hasta opuestas, cosa que nunca ocurre con los números. Esa superioridad de las letras mayúsculas al principio de la frase o en un nombre propio no debería consentirse si lo que se pretende es transmitir una idea como algo principal e importante. Y esas otras letras que hasta se adornan con tildes para decir de alguna forma: “aquí la que más suena soy yo”. No me lo puedo creer.

Aún así he venido a defender una letra que hace ahora diez años dejó de existir oficialmente, para pasar a ser un sonido olvidado por los oradores, un sonido como la fabla aragonesa, como San Borondón…  Lo primero sería intentar encontrar los motivos que hemos podido acumular para ignorarlo hasta estos niveles. Calculo que más de un 90% de la población nunca lo ha pronunciado. ¿Será como lo de los monos? ¿Una costumbre adquirida? O podría ser que la evolución de la especie nos esté modificando la cavidad bucal y nos esté impidiendo pronunciarlo. Yo me decanto por lo de los monos, más que nada porque me niego a ser de ese 10% a los que la evolución no nos ha tenido en cuenta y nos trata como a reliquias del siglo pasado a punto de la extinción.

Es inaceptable que salga un político, presentador o intelectual de turno en los medios a nivel nacional y no sepa pronunciar. Ya sabemos que existen los dialectos cada cual con sus características pero no es lógico que un personaje público hable mejor el inglés que el castellano y que cuando nos suelta el discurso en el parte de mediodía, lo haga en argentino o en andaluz (con todo el respeto y admiración a esas hermosas tierras). Algo parecido es lo que ocurre con nuestra difunta letra y sonido. La RAE lo sabe y no solo no ha hecho nada por evitarlo si no que ha sido la artífice en las sombras de su desaparición. ¿A quién le puede beneficiar su muerte? ¿Qué oscuros intereses puede haber en borrar una letra de la historia pero seguir utilizándola? ¿Por qué el sonido que la representa es sustituido en los registros de audio? Un nuevo sonido que, como si de una OPA hostil se tratara, toma el control. Como un virus.

Lo de los medios es terrible ya no solo con este tema, también con términos artificiales y manipulados por determinadas culturas o posiciones políticas. Puede que no os hayáis fijado pero es más común de lo que parece. Por ejemplo :  “Birmania” o “antigua Birmania” en lugar de “Myanmar”, “América” o “americanos” en lugar de “Estados Unidos” o “estadounidenses”, “Persia” en lugar de “Irán”, “franja” ¿en lugar de qué? Y la que más se va a oír en estos días, “San Yordi”. Si los periodistas y personajes públicos no utilizan los términos adecuados, el pueblo creeremos que eso es lo correcto y pasará lo mismo que con nuestra difunta.

Cualquiera lo puede comprobar. Solo hay que encender una radio o televisor y en pocos minutos tendréis una lista como la que yo acabo de hacer. Pongo las noticias a las ocho de la tarde, que comienzan con los aplausos a los sanitarios. Por cierto, acordaos de aplaudirles cuando vayáis a votar. Antes de terminar los ¿deportes? tengo una lista de palabras que bien podrían formar parte del diccionario de aquel famoso humorista.

Ya acabando de escribir estas ideas me entra una cierta reconcomia mental y pienso que probablemente estoy equivocado defendiendo lo indefendible porque ni siquiera he necesitado la letra maldita para escribir estas líneas. No debe ser tan importante como yo creía.

bataya, biyón, camiya, caye, desarroyar, fayecido, Iya, mascariya, miyones, vaya, yama, yuvia