Mi nombre es Floreal Torquet Pena y soy natural de Osso, en la ribera baja del Cinca. Vine al mundo en 1935, un año antes de estallar la guerra civil, que al igual que hizo con muchas otras, rompió mi familia. Mi padre, nacido en Monzón, murió en febrero de 1937 en Barcelona sin que nunca llegásemos a saber cómo, aunque todo parece indicar que fue en las luchas internas entre militantes de la CNT, el sindicato anarquista. En casa quedaba mi abuela Isabel, mi madre, que además de perder al marido no gozaba de muy buena salud y mi tío Ángel, que con 16 años iba a ser el que me haría de padre más que de hermano mayor.
Una vez acabada la guerra, mi madre, como lo hizo con quince años, tuvo que marchar de nuevo a Barcelona a servir en la misma casa de los industriales con los que había pasado sus años de juventud y así poder ayudar a mi abuela y a mi tío que mientras tanto se iban a encargar de mí. La verdad es que debieron hacerlo realmente bien, pues nunca me quedó un mal recuerdo de ellos, debimos pasar por muchas necesidades, éramos pobres, no teníamos muchas tierras, nos quedamos sin caballerías para trabajarlas… Pero tanto mi abuela Isabel como mi tío Ángel eran muy buenas personas, además de ser muy trabajadores y tanto nuestros familiares por parte de mi abuelo como los de mi abuela nunca nos abandonaron. En ese ambiente, yo no podía ser más que un buen chico, muy bien mandado, trabajador, buen estudiante y como mi tío: amigo de todos.
Pero no solo estaba Osso, en Monzón tenía a mis abuelos paternos qué aunque no nadaban en la abundancia, tenían más tierras y las escuelas eran mejores, así que en el verano de 1943 me subieron a Monzón, donde estaría durante tres cursos. Volví a Osso en el verano de 1946, donde había llegado un buen maestro, D. Ventura Enríquez, y yo allí estaba mejor con mi tío Ángel, porque los abuelos de Monzón eran bastante mayores. Tenía 11 años y ya podía ir a la escuela y a trabajar al campo, ayudar a mi tío y a mi abuela, teníamos que ir a buscar el agua a la acequia para el gasto de la casa: para los animales del corral, para lavarnos y también íbamos a la fuente con jarros o cantaros para traer el agua para beber. Y cada mañana antes de ir a la escuela había que ir al monte o la huerta a buscar un saco de hierba para los conejos que se criaban en cada casa.
El curso 1946-47 lo empecé normalmente con D. Ventura, íbamos todos los chicos juntos, unos 35 niños de entre 6 y 13 años. No creo que hubiese ninguno de 14 años, pues a partir de los 12- 13 años se abandonaba el colegio para ir a trabajar con los mayores al campo, bien a sus tierras o bien al jornal. Yo, como había estado tres años en Monzón y allí íbamos todos de la misma edad, se aprendía mucho mejor en las horas de clase, además era buen estudiante y me gustaba mucho leer (cosa que he mantenido toda mi vida). Así que al iniciar el curso 1947- 1948, D. Ventura habló con mi tío Ángel y le dijo que yo no tenía que ir a la escuela, porque allí lo que se estaba enseñando ya me lo sabía al haberlo hecho en Monzón. Él le propuso que fuese al repaso (una hora al final de la tarde), que podía estudiar el bachillerato y hacer dos años en uno: Ingreso y Primer año. Mi tío consultó con mi madre y ella estuvo de acuerdo. Estaba sirviendo entonces en Lérida y con lo que ganaba pagaría al maestro.
Todo el curso, desde septiembre de 1947 a septiembre de 1948, estuve trabajando en el campo y estudiando, a última hora de la tarde íbamos a la escuela y estábamos una o dos horas con D. Ventura. Mis compañeras y compañero hacían Segundo y yo hacía Preparación y Primero, no dejando nunca de llevar la lección, porque en los tres años en Monzón me habían enseñado bastante. Y todavía me quedaba tiempo para los amigos. Aquel año de 1948, mi cuadrilla, que habíamos cumplido los 13 años, ya entramos al baile (pagando) para a las fiestas de Mayo, que se celebran el 1er domingo de mayo y para Santa Margarita, que es el 20 de julio. Ya íbamos tanteando o tonteando con las chicas de nuestra edad, todos trabajábamos y entrábamos en esa edad de la pubertad en que ni éramos niños ni éramos hombres. Aunque yo entonces era el más alto y luego casi todos me alcanzaron y varios se hicieron un poco más altos que yo. El caso es que sin que yo pudiera ni siquiera imaginarlo, esos iban a ser mis primeros bailes en Osso y los últimos en muchos años.
En septiembre nos teníamos que examinar en la Seo de Urgel. ¿Por qué allí? No lo sé pero el Maestro D. Ventura allí nos llevaba a examinar. Y otra sorpresa: yo ya no me examinaría, pues mi madre tenía otros planes. Era viuda, estaba sirviendo, no tenía una muy buena salud y desde el final de la guerra mundial (1945) había tenido noticias de los hermanos de mi padre que habían pasado a Francia en 1939. Mi tío Francisco, que tenía dos años más que mi padre, era soltero y le propuso de irse con él a Francia y que para mí sería como el padre que no había podido disfrutar. Yo estuve de acuerdo y aunque mi tío Ángel me dijo que si no quería irme con mi madre podía quedarme con él, pero que si me iba siempre sería bienvenido, que aquella era mi casa. Mi tío y mi abuela, los dos eran como mis padres. A mi abuela la quería cómo a mi madre y a mí tío Ángel siempre lo quise como si hubiese sido mi padre.
Así pues, nos íbamos a la Seo de Urgel para examinarnos y mi madre me acompañaba junto con los demás niños, que creo que iban solos con el maestro. Yo ya no me examinaría porque la matrícula valía 60 pesetas y como no iba a seguir… Y nunca he podido recordar si los demás sabían que yo no me examinaba porque íbamos a pasar a Francia. Debíamos pasar primero a Andorra y después a Francia, y lo teníamos que hacer de manera clandestina por la montaña y con un guía con el que D. Ventura tenía relación. Cuando se terminaron los exámenes los estudiantes y el maestro regresaron a Osso y nosotros tuvimos que esperar varios días que se nos hicieron siglos, porque no teníamos dinero para pagar el hotel donde estábamos hospedados. Por fin, pocos días después, nos avisaron del lugar y hora donde nos recogerían y, en un camión de transporte de madera, nos llevarían a un determinado lugar en la montaña cerca de la frontera.
A lo hora señalada nos cogía el camión y, tomando una carretera de montaña en san Juan Fumat y luego por una pista forestal, nos acercó hasta una ladera de montaña con un bosque muy frondoso. Allí teníamos que esperar hasta que llegase el guía que tenía que llevarnos hasta tierra andorrana. No tardó mucho, pero tuvimos que esperar a bien entrada la noche para iniciar el camino hasta llegar a terreno seguro. Era una noche estrellada, no había luna pero tampoco nubes así que podías soñar o cantar pero sin hablar ni hacer ruido, se oía el agua de los torrentes, las llamadas de los ciervos y yo canturreando algunas de las canciones de la época o de moda de entonces. El guía, un hombre joven (entre treinta o cuarenta años) acostumbrado a andar por la montaña, estaba en su salsa, y yo, aunque solo tenía 13 años estaba muy desarrollado, estaba acostumbrado a jugar al fútbol y a andar mucho para ir a trabajar a los campos, pues entonces los desplazamientos se hacían a pie, porque por no tener no teníamos ni bicicletas. No sé el tiempo que estaríamos andando pero a mí no se me hizo muy largo, dos, tres horas.
Si bien físicamente no fue muy duro, las condiciones en que lo hicimos sí que fueron traumáticas: no teníamos dinero, teníamos las maletas en el hotel de la Seo de Urgel y teníamos que pagar la cuenta para que nos las mandaran por el autobús que todos los días hacia el trayecto de la Seo a Andorra, en el que solo podían viajar todos lo andorranos y españoles que tuviesen pasaporte. Tuvimos que estar dos semanas en Andorra hasta que mis tíos de Francia pagaron a los contrabandistas y la factura del hotel de la Seo. Ahora ya habíamos hecho lo más arriesgado, salir de España, pero estábamos en tierra de nadie, en Andorra y sin dinero y quedaban por pagar los hoteles y los contrabandistas.
Fue mi tío Narciso, cuñado de mi padre, el que se encargó de arreglar las cosas. Uno de esos días nos reunimos, en torno a una mesa, mi madre, mi tío, uno de los jefes de la organización y yo, que todo el rato tuve los oídos muy atentos a lo que allí se decía. El precio de nuestro paso eran 40.000 francos, un dinero que nadie tenía y que los contrabandistas no querían rebajar, por mucho que se les trató de razonar. Después de discutir mucho y de amenazarse mutuamente, mi tío Narciso sacó 13.000 francos y les dijo: “esto es lo que hay, si lo queréis coger, bien y si no lo queréis ya arreglaremos cuentas en Toulouse, que si vosotros tenéis amigos allí también yo los tengo y si vosotros tenéis pistolas también yo las tengo”. Cogieron lo que se les daba y así terminó la discusión.
Al final todo se arregló de una u otra manera: salimos de Osso el 15 de septiembre y llegamos a Toulouse (Colomiers) el 12 de octubre. Pero llegábamos sanos y salvos, porque en Francia teníamos a los parientes que se las apañaron para que no nos llevaran a los campos de concentración, que era a donde iban a parar todos los que pasaban sin pasaporte. Aunque salí muy joven de mi pueblo, de mi ribera y de mi España, siempre las llevé en mi corazón y en cuanto pude volví. Fue en las navidades del 58, una vez jurado bandera en el consulado Español de Toulouse. Y prácticamente desde que llegué a Francia sentí la necesidad de luchar por los que menos tienen, para que nadie tenga que salir de su tierra por obligación, para acabar con las injusticias por pensar distinto de los que gobiernen o porque simplemente haya gente que no tenga que comer o un trabajo. Tenía 13 años cuando salí de mi país y volví definitivamente 17 años después, con 30. Ahora tengo 84 y desde entonces no he dejado de dar mi apoyo militante en todas las luchas sociales y políticas donde he podido aportar mi granito de arena. En definitiva, una vida de lucha por todo aquello por lo que merece la pena que no nos rindamos nunca, unas palabras que tienen bien aprendidas en Francia, pero que ya llevábamos marcadas a fuego todos los exiliados que huíamos de la barbarie fascista: la igualdad, la libertad y la fraternidad.
29 diciembre, 2019 a las 9:14 am
Muy interesante seguir contando historias reales y nos humanizamos más
10 mayo, 2020 a las 11:58 am
¡ Imprescindible su lectura para las nuevas generaciones !.
Un relato de vida, lucha y coherencia muy necesario.