Lo contrario del olvido no es la memoria, es la verdad, afirmó Juan Gelman un miércoles por la tarde. Escribes la palabra verdad y la mitad pasa  de largo, escupiendo. Intuyen, astutos, que será la mía. Y hasta ahí podríamos llegar: hoy hablaremos de la suya.

Bueno, ya está. Me toca. 

Estamos en el año 40. El país está destrozado y hacen falta culpables (recuerde que el chivo expiatorio es el mejor amigo del hombre). Culpables serán la mitad, más o menos, que para eso han perdido una guerra. Algunos de esos culpables están lejos, en otros países, subiendo otras escaleras. La mayoría siguen viviendo, es un decir, en España. Los golpes de estado que provocan guerras civiles es lo que tienen. Un militar colega de Mussolini y Hitler será jefe de estado, eso si, por la gracia de Dios. Con amigos así, cualquiera. Este pueblo tenía aspecto de, ejem, eso que llamaríamos ahora un lugar tercermundista. Esta foto es de Belver durante los primeros años de  la dictadura.

Todos esos intelectuales que añoran el franquismo:

a) no habían nacido cuando se hizo esta foto

b) confunden el franquismo con su juventud, ese período de sus vidas sexualmente más activo

c) creen que los espacios en blanco de la foto son hoyos de un campo de golf, ergo el golf es invento español, como Halloween y el pastel ruso

d) están buscando en la foto ahora mismo las cámaras de  Nufri en la carretera de Osso

Los siguientes años fueron parecidos: España tenía color ala  de mosca, que dijo Azcona. Azcona es el guionista de El verdugo, de Berlanga. El otro verdugo, el del Pardo, se enteró bastante  tarde que la guerra había terminado: hasta el año  1975 estuvo matando enemigos de la patria (sic). Pese a todo, la evolución tecnológica del franquismo fue espectacular: en un solo año se pasó del garrote vil con Salvador Puig Antich a los sofisticados fusilamientos del 75. Para que se haga usted una idea se ha tardado 44 años en sacar a  ese señor del que usted me habla de una iglesia y llevarlo a un cementerio. 

Vale, vale,  la transición. Empieza más o menos un 20 de noviembre y termina con el gol de Iniesta, único hecho que ha permitido a  la bandera española actual salir del armario en  lugares tan variopintos como Vielha y el islote de Perejil. Mientras los jugadores  cantaban lo españoles que eran tributaron los 600000 euros por barba  de premio en la simpar Sudáfrica: al parecer una cosa es ser español, español, español y otra gilipollas. Diferenciar ambos estados es importante: consiste en llevar la pulsera roja-amarilla-roja en la muñeca y tener dos cosas suizas, a saber, un reloj y un banco.  Son banderaccionistas, no confundir con los banderacionistas: si bien los primeros monetizan sus efluvios patriotas con eficacia y diligencia, los segundos son meros decoradores de balcones. Hay más cosas que permiten identificar a los verdaderos españoles de los imitadores baratos, pero aquí cobramos por megustas y no por palabras, así que no perderé tiempo.

Si quiere un certificado de españolidad debe iniciar el trámite en una urna. El día 10 puede empezar. Se habrá enterado por la televisión y la radio,  auténticos paradigmas de la libertad y el rigor informativo, que la cosa está caliente, pues bien, le diré un secreto: es culpa de un helicóptero. Bueno, en realidad de dos. Un presidente de una comunidad autónoma española, con perdón, estaba arrinconado por la corrupción con la gente bastante harta quejándose en la calle, el peor lugar de residencia del pueblo desde un punto de vista político. Lo verdaderamente aconsejable es estar en el sofá criticando por las redes sociales lo mal que está todo, con una mano en la cerveza y otra en Netflix: la domesticación de la ira tiene increíbles efectos terapéuticos, amén de evitar golpes y cicatrices.  Tampoco había mucha corrupción, un 3% más o menos. Su paisano Josep Plá ya había dicho que el pueblo desea que los restaurantes estén abiertos, que las cloacas funcionen y que haya sitio en los autobuses. No es mucho pedir…hasta que el autobús deja de funcionar. Como le sitiaron la entrada al trabajo, el señor presidente decidió que la única forma de entrar era en helicóptero. Para que no le volviera a pasar, lo del helicóptero, no lo de picarse el curro,  sacó una bandera que tenía guardada en casa para mudar y decidió ponérsela a diario. El presidente de España que la tenía más grande (la corrupción, no la bandera)  lo vio claro y le copió la idea. Nada que no haya pintado Goya, pero falta el segundo helicóptero. Fue hace cuatro días, cambiando de sitio al golpista, que presumiblemente da muchos votos, sobre todo a ese partido con nombre de diccionario. No cito nombres: no money, no honey

A estas alturas estará pensando que tiene esto que ver con la Retirada. Yo también, pero consideraba importante ilustrar al respetable  con cuatro  pinceladas de rigor histórico, objetividad y léxico sofisticado, a partes iguales, con esta somera introducción.Verá.

La Retirada fue la mayor migración española del último siglo. Un éxodo incierto a diversos países arrastrando la perenne idea de un regreso. Dice Baricco que  de haber mirado en sus ojos de pequeños ya habríamos visto otra tierra…pero allí había críos pequeños en cuyos ojos no cabía la poesía. Pasan los años y, sin darse cuenta, cambiaron el tiempo verbal del pensamiento. Ocurre siempre: la verdadera patria es la infancia y los hijos de los refugiados eran ya de otros lugares, España un país extranjero y Franco el invitado despedazado de las sobremesas. El padre de Martín Arnal se pasó la vida mirando a los Pirineos preguntándose cuando brincaría ese marguinazo y las hermanas de mi abuelo pensando en volver a ir a  la sardereta. Se construían asideros mentales como se construyen puentes, para hacer posible la vida. Ya lo dijo Rafael Barret: desprenderse de la realidad no es nada, lo heroico es desprenderse de un sueño. Pero la memoria es la imaginación fermentada y  ante el  riesgo de perdida o deterioro las fotografías adquieren  categoría de dogma. Servirían para informar, pero también como pruebas de vida, como muestra documental de un tiempo y un lugar.

Cuesta explicarlo en un momento en el que la vida parece ser las imágenes de esa ficción autoconstruida en una pantalla, mitad engaño, mitad memez. Ideal para, como dice Énric González, quiénes  tienen   nostalgia de aldea, no han superado su adolescencia o quieren contar, urbi et orbi, que acaban de comerse un bocadillo de mortadela: el mundo está lleno de mochufas. Pero antes no fue así y las fotografías explicaban el mundo con la exquisitez de las cosas escasas, especialmente cuando las distancias eran barreras y no líneas de tiempo.

Dice Tisseron que una imagen fotográfica nos permite tocar la verdad emotiva de un recuerdo[…]:la imagen recurre a los componentes no visuales de la experiencia. Son en cierto modo el cofrecillo donde la imagen visual del acuerdo encuentra su justo lugar.Las fotografías explican  el exilio como las estrellas explican el universo, aunque en ambos casos sea muy difícil comprender la totalidad de la dimensión narrada. Desde una España llena de hambre, si es que de agujeros puede algo estar lleno, se mostraba  la miseria de un país al que no llegó la paz, sino la victoria. Desde Francia se mostraba la dignidad de otro país en el que, a pesar de todos los pesares, se miraba hacia adelante después de una guerra. Y entre ambos países había un intercambio de fotografías que posibilitaba algo tan maravilloso como poder conocer a los familiares sin necesidad de imaginarlos.

Las fotos, concluye Tisseron, tienen la particularidad de favorecer las reuniones de elementos afectivos, sensoriales y representativos que jamás han estado ligados en una experiencia real. En las fotos uno huele la primavera francesa, nota el húmedo frescor de los adoquines  callejeros o escucha el roce de las ramas, como si siempre fuese domingo por la tarde. Por eso si mira la foto de arriba el polvo se pega a la cara, los platos están vacíos y se oye el afefé. En esa foto está dentro el exilio, en este caso el exilio interior. Ya, claro, estoy reabriendo heridas. Debería haberse quedado usted en el espacio blanco del principio.