Los meses antes de morirse, casi centenaria, mi abuela siempre me decía lo mismo, como un mantra: si te mueres de viejo, cuantas cosas verás. Y vaya si tenía razón. El otro día apareció en la tele el presidente del Gobierno para declarar el estado de alarma por la expansión de un virus. Semblante de funeral, hierático, voz grave… Igual que una película americana. ¿Quién iba a imaginarse que una cosa así pudiera pasarnos? Sin embargo, no es algo nuevo, las epidemias y los virus han existido siempre y llevan miles de años diezmando a la humanidad. Las más salvajes pandemias han dejado su huella en los libros de historia y en las más arraigadas tradiciones, como la religión, ¿quién no se acuerda de la procesión de San Sebastián? Aún se hace, y se trata de un recorrido cuyo punto álgido es el lugar donde el Santo hizo que reventara el caballo de la peste, que iba por los pueblos de la ribera del Cinca sembrando la muerte. En ese lugar, queridos jóvenes, que no os enteráis de nada, pusieron hace unos años un caballo y una cruz de forja que representa esta historia. El estribillo más conocido de la canción dice… ¡de pesteeeeeees y enfermedaaaaaadeeeees, líbranooooooos san Sebastiáaaaaaan! 

Pues bien, como aquí estamos a todo y no damos puntada sin hilo, al socaire de esta epidemia de coronavirus (COVID-19) y al confinamiento que nos impone el Gobierno, voy a escribir este artículo, al estilo de esos ínclitos historiadores que centran sus temas según se van desarrollando los aniversarios históricos para asegurarse un buen número de ventas. Tampoco quiero aprovecharme de esta tragedia para ganar una buena pasta, pero ya sabéis, esto es un sistema capitalista y el que no se hace rico es porque es un imbécil. 

Epidemias, pandemias o para que nos entendamos todos, virus y bacterias extendiéndose por el mundo propagando la muerte los ha habido desde hace miles de años y no solo en humanos, esto afecta a todos los seres vivos. Veamos:

La primera que se suele comentar es la Peste de Atenas. Año 429 a.C. y un rebrote en el 426 a.C. El mundo griego estaba dividido en ciudades-estado que se hacían la guerra constantemente. En aquellos años era la famosa Guerra del Peloponeso y los atenienses, grandes marinos y con una enorme flota de guerra, estaban sitiados en su ciudad por los espartanos, que tenían unas fuerzas terrestres muy superiores. Así, se supone que esta peste (en el mundo antiguo le decían peste a toda epidemia, pero las más modernas investigaciones sugieren que se trató de fiebre tifoidea) que llegó de África, entró por el puerto del Pireo junto con las provisiones que los barcos atenienses llevaban a la ciudad. Se calcula que mató a unas ciento cincuenta mil personas, que sería como el 33% de la población, incluido al gran líder ateniense, Pericles. Y como consecuencia tuvo el fin de la guerra, pues los espartanos, que también se vieron afectados pero en menor medida, al ver el humo de las grandes piras funerarias donde quemaban a los muertos, marcharon cara a casa por temor a infectarse. Un testigo de la época  que participó en la guerra, el militar ateniense Tucídides, dejó su testimonio en su obra La guerra del Peloponeso. Es uno de los primeros libros de historia de los que se tienen constancia. 

Otra, va. Vamos a ir rápido y resumiendo mucho, para que no se haga empalagoso. Hagamos caso a Di Stefano, cortita y al pie. Avanzamos ya hasta después de Cristo, al año 166. Comenzó entonces la conocida como Peste Antonina, porque entonces era la familia Antonia la que estaba en el poder de Roma. Y sabéis que un galeno es un médico, precisamente porque hubo un médico griego muy famoso que se llamaba así, Galeno. Pues este tipo estuvo allí y estudió y describió la enfermedad cuando visitó a legiones romanas infectadas. Sus descripciones se han conservado, lo que ha permitido a los investigadores modernos lanzar teorías sobre la enfermedad que fue, llegando a la conclusión de que hubo de ser un brote de viruela. En los cinco años que duró, el grado de mortandad fue bastante elevado, situándose entre el 10 y el 12%, o sea, que en todo el imperio morirían entre tres y medio y cinco millones de personas. 

Apenas unos años después, hacia el 251, llegó al imperio romano otra peste, conocida como Peste de Cipriano. Se cree (aunque como no hay un Galeno que dejara nada descrito es muchos más difícil de saberlo) que fue un brote de gripe o una fiebre hemorrágica viral. La única fuente que tenemos es el obispo de Cartago, ¿sabéis cómo se llamaba? Exacto, Cipriano. Pues por sus escritos se piensa más en la segunda opción. La mortandad fue muy elevada, llevándose a mejor vida a unos cinco millones de personas en veinte años, llegando a matar, en su punto álgido, a cinco mil diarios en la ciudad de Roma. 

Brincamos ya al siglo VI, y vemos la Peste Justiniana, a la que dio nombre el emperador del imperio romano de oriente con capital en Bizancio. La cosa se pone seria de verdad. Todo parece indicar que se trata de la peste bubónica, que en doscientos años, desde mediados del siglo VI a mediados del VIII, se llevó por delante entre veinticinco y cincuenta millones de personas. Sí que son muchos años, pero el porcentaje abarcaría desde un impresionante 13% al 26% de la población de aquellos años. La peste llegó desde el este de África, donde los bizantinos iban a buscar marfil, siendo un gran mercado que solo para ellos requería del sacrificio de cinco mil elefantes anuales, o sea, más de una docena diaria. En fin, es bien sabido que nuestra codicia y estupidez no tiene límites, no es algo nuevo de ahora. El primer brote fue el más fuerte, y durante los dos siglos siguientes se fueron produciendo rebrotes. 

Y ahora, atención, atención, ojo que llega una de las más tremendas, redoble de tambores, trrrrrrrrrrrrrrrr… la Peste Negra, que azotó Europa desde 1346 y que tuvo su pico hasta 1353, dejando, solo en Europa, sobre los veinticinco millones de muertos. Y además entre cuarenta y sesenta en África y Asia. Poca broma con esto. Se piensa que llegó desde China por las rutas comerciales y arrasó toda Europa. En tiempos tan oscuros, se necesitaba un cabeza de turco, los médicos de la época no atinaron a dar con la solución y los culpables se buscaron por doquier y en un periodo u otro fueron señalados todos aquellos que no fueran blancos católicos. Es lo que tiene el cambiar centros de enseñanza por iglesias. No fue hasta finales del siglo XIX cuando el médico suizo-francés Alexandre Yersin descubrió, junto con un colega japonés, cuando fue a investigar un brote de peste surgido en el sureste asiático, que la causante era una bacteria, llamada en su honor Yersinia Pestis. Verificando, además, que era la misma que portaban las pulgas de las ratas, que fueron así identificadas como sus principales portadoras y propagadoras, aunque en aquel tiempo también nosotros íbamos llenos de pulgas y piojos. Cuando una pulga infectada pasaba de una rata a una persona, o entre personas, pues esta contraía la enfermedad. Ahora casi no hay ratas y nosotros apenas tenemos piojos y pulgas pero en la edad media de todo había en abundancia, lo que unido a la falta de higiene personal y de condiciones de salubridad (agua potable, váteres, alcantarillado…) hacían el caldo de cultivo perfecto para el surgimiento de enfermedades. La vida de este médico, con especial atención a su fabuloso descubrimiento, ha sido magistralmente narrada por el escritor francés Patrick Neville en Peste & Cólera. Aprovechad el confinamiento y leedlo. La peste negra, también llamada bubónica, tuvo muy mala hostia: fiebre muy alta, sangrado por todos los orificios, sed aguda, moratones que reventaban en sangre, gangrena y sus famosos bubones negros, que era cuando se inflaban los ganglios linfáticos que tenemos en los sobacos, en el cuello, las ingles, detrás de las orejas…  y que acababan reventado, dejando un olor nauseabundo. Los infectados apenas duraban unas horas. 

Todo hasta ahora se ha centrado en Eurasia, pero nos vamos a América, donde casi no tenían enfermedades de este tipo, tan contagiosas y letales. La principal razón reside en que estas enfermedades pasan de los animales salvajes o domésticos a los humanos, aunque principalmente de estos últimos, con los que se está más en contacto y allí apenas tenían pavos, perros y las llamas, mientras que aquí convivíamos con gallinas, gatos, vacas, cerdos, burros, caballos, perros, ovejas… un sinfín de fuentes de enfermedades. Las principales que habían asolado Europa no las conocían, de manera que no habían desarrollado anticuerpos y muy pocos eran inmunes. Conclusión: una mortandad terrorífica. Incontables nativos, cifrados en millones, murieron por las enfermedades llevadas por los españoles, principalmente la viruela, pero también el sarampión, la gripe, el tifus, la peste bubónica… el que no se moría de una cosa se moría de la otra, y todas ellas eran endémicas de Europa. Los porcentajes resultan muy difíciles de establecer, pues los investigadores no se ponen de acuerdo, con horquillas que bailan entre el 50 y el 95%, dependiendo de lugares y épocas. Recientes investigaciones indican que años antes de llegar los conquistadores a nuevas tierras ya habían llegado las enfermedades, diezmando a las poblaciones locales y facilitándoles su empresa conquistadora. La misma gripe causó una mortandad horrorosa entre los indios, pues ninguno había desarrollado defensas contra ella. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que en la lucha imperialista del hombre blanco por conquistar América, las enfermedades fueron su arma más letal. A. Crosby dijo que los indios consiguieron que las armas traídas por los europeos se volvieran contra ellos: la pólvora, el acero, los perros, los caballos… todo lo llegaron a dominar, pero las enfermedades siempre estuvieron de parte del hombre blanco. Hasta tal punto fue así que, en un paralelismo perruno, los canes que llevamos los españoles acabaron con los perros nativos por el mismo motivo. Si queréis profundizar más no dejéis de leer Armas, gérmenes y acero, obra que le valió a Jared Diamond un premio Pulitzer, donde os cuenta todo esto y muchas cosas más sobre porque Europa conquistó América y no al revés. Ah, y 1491, de Charles C. Mann, que cuenta como era América justo antes de la llegada de los españoles y también habla de estas cosas. Y por supuesto el de Crosby: Imperialismo ecológico: la expansión biológica de Europa, 900-1900.

¿Aún os queda cuerpo para más? Pues contad que me voy saltando unas cuantas, porque si las pongo todas, se habrá acabado el confinamiento y aún le estaré dando a la tecla. Solo por daros algunos datos de algunas enfermedades que asolaron nuestro país y que permitan poner de manifiesto la magnitud de lo que estamos hablando: 1582, Peste bubónica de San Cristóbal de la Laguna, en Tenerife, que llevó a la tumba a entre cinco mil y nueve mil personas, lo que supuso entre el 25 y el 45% de la población de la isla. 1649, Epidemia de Sevilla, otra vez fue la peste bubónica, que enterró a unas sesenta mil personas en apenas cuatro meses, lo que venía a representar casi el 50% de la población. Y entre tanto hubo casos así en muchas ciudades europeas: Milán, Londres, Viena, Marsella…

Va, pegamos un salto grande hacia finales del siglo XIX y hablamos de la Gripe Rusa. Comenzó en San Petersburgo en diciembre de 1889 y rápidamente se extendió por todo el mundo, habiendo varios rebrotes en años posteriores. Mató a un millón de personas, pero porque se extendió mucho, pues en términos relativos solo supuso el 1% de los infectados.  

Y ya hemos llegado a nuestra favorita, la Gripe Española. La más mortífera y letal de la historia. Aunque sea para mal, no me digáis, mis queridos patriotas, que no os sentís orgullosos de que la nuestra haya sido la más terrorífica. Si es que cuando nos ponemos, somos imparables. Mirad a Pablo Casado, diez años para sacar la carrera de abogado y al final, se puso un verano y la sacó de golpe. Así, tal cual. Y se presenta a unas elecciones y se lleva no sé cuántos millones de votos. Un puñado más y ahora estaría al frente de esta crisis. Si es que ya lo decía mi abuela: todo que nos pasa es poco. Volviendo a la gripe, hay un pequeño detalle que de vez de cuando pasamos por alto, y es que ni nació en España ni fuimos el país más afectado. Las investigaciones más modernas sugieren que surgió en los EEUU, en el condado de Haskell, en Kansas. De allí saltó a un campamento militar cercano y fueron los soldados los que lo llevaron a Europa, por aquel entonces sumida en la I Guerra Mundial. Y lo que la hizo tan terrible fue la alta mortandad, alcanzando cifras que oscilan entre el 3 y el 6% de la población mundial, lo que en números absolutos sería entre cincuenta y cien millones de personas. La horquilla es muy grande porque se extendió por todo el mundo y es difícil establecer todas y cada una de las causas de muerte. En España murieron doscientas mil personas en apenas unos meses, el 1% de la población. No es la enfermedad que más ha matado, pero sí la que más en menos tiempo. Pero entonces, si surgió en Francia, ¿por qué se llama Gripe Española? Pues porque en Francia, por motivos bélicos, estaba impuesta la censura en la prensa y aquí, como éramos un país neutral, se empezó a publicar en los periódicos, de manera que le dimos el nombre. ¿Queréis un dato inquietante? Pues ahí va… en un laboratorio de Atlanta, en Estados Unidos, consiguieron devolver a la vida a este tipo de virus, lo reconstruyeron in vitro, y lo tienen allí, bien guardado. En fin… ¿qué más se puede decir?, ¿no os quedáis más tranquilos? Pues ojo a este otro dato para que reflexionéis un poco, porque si este coronavirus que nos afecta hoy en día se ceba especialmente con personas ancianas con patologías previas, algo que como sociedad podemos asumir perfectamente, las víctimas favoritas de la gripe española eran jóvenes sanos de entre veinte y cuarenta años. 

A lo largo del siglo XX ha habido otros muchos brotes de enfermedades, desde difteria hasta la epidemia de la Risa de Tanzania, pero la otra gran pandemia del siglo XX es el SIDA, que ya se ha cobrado la nada despreciable cifra de treinta millones de muertos desde comienzos de los años 80. Y en lo que llevamos de siglo XXI pues ya van unas cuantas: la polio, el SARS, la gripe aviar, la gripe porcina, el cólera, el ébola, el Zika… pero sin llegar a los números de las epidemias que acabamos de ver más arriba. 

Ya está, en apenas cinco folios he metido las grandes epidemias de la Historia y aún me queda un poco de espacio. El cuerpo me pide clamar contra las privatizaciones, las guerras comerciales, los chinos y los americanos, contra el Gobierno, contra el rey emérito y sus querid@s, los banqueros, los caciques, la Champions, la sal en la panceta asada o los melocotones de Calanda, que no son más buenos que los del Cinca pero tienen más fama, copón… pero nada de todo eso, que solo llevamos dos días de encierro. No me voy a fustigar. Hoy me voy a comportar como un ciudadano de bien. Así, me voy a encomendar al santoral y rezar mucho, por si acaso funciona o el virus aparece por la ribera del Cinca, que por aquí ya sabemos dónde otras veces le hemos reventado el caballo: ¡de pesteeeeeees y enfermedaaaaaadeeeees, líbranooooooos san Sebastiáaaaaaan!