Como cada mañana, una de las primeras cosas que la rutina me lleva a hacer es mirar por la ventana. He pensado: «Vaya día más cojonudo». Buena temperatura, cielos completamente despejados y el sonido de los pájaros que son la banda sonora en una población de poco más de mil habitantes.
Lo siguiente es el café mientras ojeo las noticias en un teléfono inteligente. Es 14 de marzo de 2020, el día en que el Gobierno aplicará por primera vez el artículo 116 de la Constitución Española. Un artículo que en principio estaba pensado más para defenderse de otro tipo de enemigo. El mundo tiembla ante algo inmune a las balas.
A nuestro sistema económico le ha salido un grano en el culo, algo imprevisto, algo nuevo, no contabilizado antes. Nuestras bajas se van a anotar en dos listas: la de muertos físicos y la de muertos económicos. Es el enemigo perfecto, nos da hostias por los dos lados. Difícilmente se puede creer que algo así no haya sido previsto en un sistema tan eficiente. Ya conocemos datos de otras crisis anteriores (artificiales o no) en las que una mayoría pierde y una minoría gana. Como en anteriores ocasiones, la factura será para la gran mayoría de los ciudadanos. No hay que ser un sabueso para ver que con cada nueva crisis, el capitalismo sale reforzado. Cada vez parece más difícil volver atrás.
¿Tan difícil sería encontrar un sistema más justo para la mayoría de la población? Un sistema que de verdad repartiera los recursos y tuviera en cuenta las necesidades y las prioridades de la gente. Probablemente lo más complicado es cambiar nuestra mentalidad para sacarnos de ese matrix que es el capitalismo. El crecimiento infinito es una utopía mucho mayor que otros sistemas de gestión y lo que en su inicio pudo ser un negociete se ha ido convirtiendo en una máquina que devora sin piedad a todo aquello que no ha tenido “suerte” o que no ha sabido integrarse en la rueda.
Muchos de los sectores del capitalismo se apoyan en una religión con un dios omnipotente que les da la razón y que les avala. Un dios tan dictatorial y egoísta como ellos, que ignora y desprecia lo que no interesa o no genera beneficios. Los simpatizantes de teorías conspiratorias piensan que los extraterrestres nos han estado visitando, ayudándonos a avanzar tecnológicamente y dirigiendo nuestra sociedad a este tipo de estructura que ahora tenemos. ¡Pues estamos jodidos! Yo que creía que cuando llegaran repartirían mejor el pastel.
La comunicación entre las altas esferas y la masa es complicada, así que se ayudan de un sistema político que convierte en legal todo tipo de desfalcos y hacen de mediadores, por supuesto de forma parcial. Son los mayordomos del poder. Otra máquina bien engrasada y dispuesta a programarnos diciéndonos lo que está bien o no en cada momento, lo que nos conviene o quienes son nuestros enemigos. No recuerdo si era Mark Twain que decía: “Hay tres clases de mentiras. La mentira, la maldita mentira y las estadísticas”. No debe ser así ya que las estadísticas es una de sus herramientas preferidas y que usan para no perder poder mucho más que para solucionar problemas cotidianos. Los baremos y los puntos de referencia que utilizan son indefinidos y se pueden situar según convenga. El mejor ejemplo es cuando hablan del “centro”, una palabra que suena bien y que todos quieren acercar a donde ellos están. Yo lo llamaría “ese punto invisible y difícil de creer”.
Si nos dejaran votar yo apostaría por un sistema gestionado por científicos. La ciencia es algo que siempre está evolucionando. No quiere estar atascada en unas teorías o creencias fijas y busca constantemente mejorar. Una economía basada en recursos. Una idea de los años setenta del siglo pasado. Seguramente es la forma más sencilla de gestionar, la que la mayoría de las familias practican. Gastas por lo que tienes o lo que produces, pensando en mañana y en el bien del conjunto.
Recuerdo el experimento en el que unos científicos pusieron unos chimpancés en una habitación con un plátano colgado del techo. Cuando alguno intentaba cogerlo les mojaban con mangueras. Al poco, si un chimpancé intentaba coger el plátano, el resto le pegaban antes de recibir la ducha. Los chimpancés se van sustituyendo de uno en uno hasta que no queda ninguno de los iniciales. Estos que hay ahora no han visto el agua pero siguen manteniendo la misma costumbre de castigar al que intenta coger la fruta. Algo que en su momento tuvo su motivo, ahora se mantiene solo por tradición.
Probablemente tendríamos que comenzar a pensar si nuestras costumbres, culturas o sistemas económicos son lo único posible o son solo ideas que estamos manteniendo como algo aprendido y que no nos deja ver más allá del culo de la oveja de delante.
Viva Lenin, viva San Francisco de Asís y viva la reforma agraria hecha realmente en beneficio del trabajador.
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