Si preguntas en el pueblo a cualquiera que en la larguísima posguerra española estuviese en edad escolar quién era el maestro todos te responderán al mismo hombre: Don Pepito. Sin tener escuela y apartado de la docencia, él es el maestro de Belver de Cinca en el siglo XX. Escritor, dibujante, capitán republicano, inventor e incluso pescador, pues esta era su gran afición, son términos que valdrían para definir a un hombre, y aunque todos ellos se juntan en don Pepito, quedan eclipsados por el de maestro. 

José María “Pepito” Serra Coronas nació en Belver de Cinca el 4 de mayo de 1910 y era hijo del boticario, propietario de la farmacia local. Tenía una hermana, Asunción, y un hermano mayor, Luis, que era médico y que ejerció como tal en las filas de la 43 División durante la Guerra Civil española, además de dos hermanos que no llegaron a edad adulta. Don Pepito estudió en la Escuela Normal de Magisterio de Huesca y a comienzos de los años 30 empezó a ejercer como interino en su pueblo natal hasta que en 1933 se presentó a los exámenes para maestro, que fue superando para acabar obteniendo plaza y destino en enero de 1934. Fue enviado a Las Bellostas, en el Ayuntamiento de Sarsa de Surta. 

Pepito Serra era un pequeño burgués de ideas avanzadas comprometido con las tendencias más liberales de la II República, pero sin caer en extremismos ni posiciones ideológicas que preveían soluciones más avanzadas política, económica y socialmente que las propias de las democracias liberales. Por ello, no es un tipo fácilmente encasillable y, aunque pertenecía a la UGT y a la FETE, no era partidario de acciones revolucionarias para conseguir sus objetivos. Tras pasar por San Esteban de Litera, pronto logró acercarse a Belver y el estallido de la guerra lo pilló ejerciendo en el mismo pueblo. No marchó voluntario con las brigadas que se formaron los primeros días y permaneció en el pueblo hasta que lo llamó el Gobierno republicano. En ese breve lapso de tiempo que va desde el 18 de julio hasta su incorporación a filas, le dio para proteger el registro eclesiástico, la iglesia y aún la vida del cura, que como amigo de su padre se fue a refugiar a su casa, aunque posteriormente fue asesinado en el puente de Alcolea. El registro lo consiguió ocultar de la vena incendiaria que se apoderó de los anarquistas en el verano del 36 y que pretendía borrar todo símbolo de dominación y control eclesiástico. Por ello, Belver de Cinca es uno de los escasos pueblos del Aragón leal que conservan su registro religioso intacto (nacimientos, bodas y defunciones), desde el siglo XVI. En la puerta de la iglesia colgó un cartel que decía: Esto es de todos. Pero cuando marchó al frente los mozos lo quitaron, quemaron los santos e hicieron del edificio un almacén para guardar grano y un salón de baile y teatro. Lo mismo que sucedió en la gran mayoría de pueblos bajo control ácrata.

Al igual que su hermano Luis, don Pepito combatió en las filas de la 43 División y escribió en la publicación que hacían en el frente, “Vida Nueva”. También lo hacía en el periódico de la FETE (Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza), artículos que complementaba con caricaturas y dibujos que buscaban plasmar la crudeza de la guerra. Alternó su mando de capitán republicano con sus enseñanzas en la Escuela de Aplicación para oficiales del Arma de Caballería. La Bolsa de Bielsa, en la que también se vieron inmersos otros belverinos, fue el principal episodio bélico por el que se recuerda a la 43. Cuando los golpistas se hicieron con Cataluña su hermano Luis cruzó a Francia, pero don Pepito se quedó en España y fue hecho prisionero por los franquistas. A partir de ese momento estrenaba su condición de vencido, que ya no lo abandonaría el resto de su vida. 

Los vencedores lo tuvieron retenido en el campo de concentración de Manzanares hasta que fue transferido a una prisión habilitada en Madrid en la calle del Cisne. Y de allí a la Prisión Provincial de Huesca donde estaba cuando le instruyeron juicio y le salieron 12 años y 1 día por Auxilio a la rebelión (sic). Como él mismo reconoció años más tarde, también en la prisión fue maestro, enseñando a los analfabetos. No fue excarcelado hasta el 16 de octubre de 1943, habiendo permanecido en prisión un total de 4 años, 3 meses y 18 días. Inhabilitado para ejercer la docencia en las escuelas públicas, regresó a Belver dispuesto a ganarse la vida sin doblar el lomo para los caciques. Durante casi dos décadas impartió docencia en su casa, por las tardes, cobrando una miseria, que era lo único que los derrotados campesinos de aquellos años podían pagar al maestro. Vivió bajo el régimen de la Libertad Vigilada, que lo obligaba a firmar cada cierto tiempo para tenerlo controlado. Algunos de los informes hablan de mala conducta y, al menos en una ocasión, se le conminó a que dejara de dar clases particulares, pues según aducían desde el ayuntamiento, carecía de los pertinentes permisos, tanto para ejercer en la escuela pública como para hacerlo en casa a modo particular. Y así fueron pasando los durísimos años de la posguerra, ganándose la vida con clases particulares mientras su mujer iba a trabajar donde podía para completar las economías caseras. 

Por obra y gracia de los vencedores quedó convertido en un maestro sin escuela, un paria de la educación que se vio obligado a subsistir dando clases particulares a hijos de campesinos pobres y derrotados en la guerra. Sus enseñanzas eran una combinación de clases teóricas y sus aplicaciones prácticas, algo muy cercano a las propuestas pedagógicas del método Freinet, que pretendían el aprendizaje de los alumnos dándoles protagonismo, de manera que había que escucharlos y los animaba a que hiciera sus propios descubrimientos. Amante de los trabajos y de la mecánica, ya antes de la guerra desmontaban con su hermano un viejo coche que tenían y lo volvían a montar, sobrándoles siempre alguna pieza. En la posguerra confeccionaba sus propios cuadernos, para que los alumnos tuviesen donde escribir, usando cartones y papeles usados. De esta manera, encontramos papel de envolver ropa cortado en pequeños trozos en cada uno de los cuales escribía un problema matemático, trozos de sacos de plástico que los usó para hacer las tapas de los cuadernos, e incluso estampas religiosas con el reverso en blanco las usaba para escribir problemas matemáticos para sus alumnos. Encontramos también cajas de cartón recortadas en cuartillas y aprovechadas para escribir dictados, operaciones matemáticas o teoría para repasar antes de los exámenes, donde se acumulan las reacciones químicas que los alumnos no debían olvidar. Aún se conservan, en el reverso de estas cuartillas, la estampación de conocidas editoriales que, desde Barcelona, mandaban libros al maestro del pueblo en los años 50. Concienzudas charlas pedagógicas nos enseñan a las nuevas generaciones de maestros que debemos motivar a los alumnos con ejercicios y actividades que llamen su atención, y ponen el ejemplo de coger noticias llamativas publicadas en los periódicos para trabajar la asignatura de lengua a partir de ellas. Pues bien, esto ya lo hacía don Pepito en los años 50, como queda reflejado en alguno de sus cuadernos, llenos de recortes periodísticos de toda índole, con titulares como: “Una gallina puso 13 huevos seguidos”, “Serpiente muerta a bordo de un avión”, “Roban un puente” o “Siete gatos en Hacienda.”  

A finales de los años 50 se le permitió volver a ejercer en la escuela local, hasta que a principios de los 60 fue desterrado, primero a Grañén, donde estuvo poco tiempo y después a Creixell, en la costa mediterránea, pueblo de sol y playa muy cercano a Tarragona. Fue en 1963 cuando el director del colegio de Belver le firmó un certificado en que daba fe de su buena conducta los 5 años que había ejercido en la escuela pública, cuando se había hecho cargo de las asignaturas de matemáticas, física y química, francés y literatura. 

A Creixell llegó en 1963 y permaneció hasta su jubilación, llegando a ser, hacia el final de su vida profesional, el director del centro. Allí se volvió a sentir maestro, y según sus propias palabras “me sentía siempre como si la primavera entrase todos los días en clase.” Allí aplicó sus teorías pedagógicas y aún se conservan fotografías de sus inventos en clase: anemómetros, juegos de palancas, cuadros eléctricos, molinetes de vapor, higrómetros, manómetros, balanzas hidrostáticas, aparatos para demostrar la fuerza centrífuga… Además, con la llegada de la democracia, los alumnos elaboraron obras en marquetería que representaban, entre otros, a personajes que habían estado muy vinculados a la II República, como García Lorca o Antonio Machado, el primero directamente asesinado por los golpistas y el segundo muerto en su exilio francés. Fue en esta pequeña localidad catalana donde pudo moldear la escuela según sus pensamientos, al punto de que un día, entrando un inspector en clase y sin que él se apercibiese, observó cómo los alumnos manipulaban lo que construían en clase y antes de que se diesen cuenta les espetó “pero si esto es un método Freinet”, lo que llenó de orgullo al maestro. Allí fue donde recibió premios por sus trabajos, donde estaba ejerciendo cuando aún realizó cursos de matemáticas en la Universidad de Barcelona. Como no podía ser de otra manera, dejó una huella imborrable entre sus alumnos, y fruto de ello son las cartas que le enviaron tiempo después de su marcha. También entre los representantes de la localidad, que le dieron un banquete-homenaje de despedida en un conocido local de la vecina Torredembarra y lo obsequiaron con los más diversos parabienes. 

Cuando se jubiló, en mayo de 1980, volvió a Belver de Cinca, su localidad natal. Aquí se prestó a ayudar y colaborar con todo tipo de iniciativas culturales, como cuando pintaron la fachada de la pescadería vieja, junto a la plaza de Santa Ana, y en la que todavía se puede reconocer la frase: La cultura la hacemos los pueblos. También colaboró con la revista cultural Cierzo, que se publicaba por aquellos años y en la que podemos encontrar algún artículo de su puño y letra, además de una entrevista que le hicieron en marzo del 82, poco antes de fallecer. Reflexionaba don Pepito como el triunfo de las derechas en 1939 supuso que la educación retrocediese un siglo, con un empacho de las tres marías: espíritu nacional, religión y gimnasia. Cuestionado por muchas cosas, algunas históricas y otras de rabiosa actualidad, dio su opinión sobre la permanencia de la religión en las escuelas o la problemática coexistencia de la escuela pública y la privada.

Muchas fueron las muestras de dolor que llegaron a la familia cuando don Pepito murió en octubre de 1982, como atestiguan el telegrama que mandaron desde el propio Creixell o los escritos que se recogieron en la revista Cierzo. Encontramos aquí episodios verdaderamente emotivos, como el que firma Pablo Zorita, que cuenta como a principios de los años 30 su madre, que ya estaba viuda, no llegó a tiempo a uno de los exámenes de oposiciones de maestros porque se le había muerto una hija y el tribunal quería echarla. Fue don Pepito el que encabezó una delegación de alumnos que fueron a quejarse, amenazando con retirarse todos ellos si no la readmitían. Al final, fue readmitida y ganó plaza en Belver. 

Don Pepito fue un tipo de ideas que creyó en lo que hizo, que no permitió que lo doblegasen y que dejó, tras su paso por este mundo, lo más importante que puede dejar un hombre: huella. Fue un maestro vocacional que le tocó vivir en un tiempo en que la educación estuvo secuestrada por una ideología, el Nacional-catolicismo, en la que la religión era más importante que la ciencia, un sistema que consideraba más importante rezar que experimentar. En definitiva, una dictadura militar que hizo de los maestros republicanos uno de sus principales objetivos de represión y que condenó a muchos de ellos a la pena de muerte, haciéndolos culpables de enseñar conceptos contrarios a los suyos. Los que se salvaron de tan aciago destino fueron castigados sin poder ejercer durante décadas y hubieron de ganarse la vida como pudieron, siendo don Pepito un ejemplo de testarudez que no se quiso arrodillar ante los vencedores y que siguió ejerciendo de maestro contra viento y marea, hasta el fin de su vida. Y quizás sea esta la más importante lección que don Pepito nos ha legado a las jóvenes generaciones de maestros belverinos, que ser maestro es una vocación y que no hay que rendirse nunca en nuestro empeño de transmitir nuestros conocimientos.